Es fácil conmoverse en un escenario donde todo ha sido dispuesto para el golpe de efecto: toda la publicidad y el marketing previos al evento, que anticipaban algunas cuestiones que luego se verían en vivo y en directo; todas las concurrentes de religioso negro, como reflejando un luto interior por la desigualdad y el abuso de los que efectivamente han sido víctimas por años; los discursos encendidos, con los puños elevados, repletos de palabras de oportunidad, altisonantes, prestigiadas por una desgracia colectiva a la que parece que ahora Hollywood despierta lentamente, recién en el proceso de quitarse las legañas. Perfecta mise en scene, pero... El pero siempre es una cachetada de realidad: pero todo el mundo conocía pelos y señales sobre ese padecimiento femenino. Todos. Todas. Incluso Oprah, tan eficaz, tan en su rol de prestidigitadora de fantasías y sueños, una especie de maga que todo lo ha podido, que ha subido, con su color y todo, a las más altas cumbres donde sólo parecen ...
Cuando las aguas se calman -expresión significativa si las hay en estos momentos en que escribo esta entrada, cuando las fuerzas navales del mundo buscan solidariamente en la inmensidad caprichosa e incierta del océano un submarino argentino con 44 habitantes-, queda en la superficie lo que permanecerá y sólo lo que permanecerá. Ojalá, que en el caso que nos angustia por estas horas, lo que permanezca en la superficie sea esa carcasa llena de hostiazos del mar, que aún así puede habérselas arreglado para proteger a 44 almas añoradas en tierra. Pero la superficie de la que tratan estas líneas es la del más que nunca vituperado premio Martín Fierro. Nadie recordará la edición 2017 por las producciones premiadas, ni por algún que otro subrayable o agradecido discurso de oportunidad. Definitivamente, no. Todos, protagonistas y espectadores, lo recordaremos como el año en que la grieta se hizo abismo hondo entre periodistas previamente agrietados, que encontraron en la ocasión el espacio...