Hace unos días, en uno de los encuentros semanales de lectura, hice dos preguntas, que dejaron en el aire aún más preguntas, pero también revelaron que vamos adquiriendo un nuevo estado de conciencia de género. Pregunté primero: ¿qué opinan de la Ley de Cupo Femenino?, y luego, habiendo ya discurrido bastante sobre ese interrogante, disparé nuevamente: ¿advierten cuánto y qué profundamente hemos avanzado las mujeres en el último siglo?
Bien. Vayamos a la Ley de Cupo Femenino. A poco de que comenzáramos a debatir la cuestión y a desenrollar los pliegues internos del tema, se hizo visible que es un asunto central en la sensación bien fundada sobre la desigualdad de oportunidades de la mujer para avanzar en los ámbitos políticos y de decisiones ligadas a la gestión de un país.
Un cupo es una parte o cuota proporcional y fija de un todo. Es evidente que los términos "cuota" o "parte" podrían provocar cierto escozor, pero sospecho que la clave de la incomodidad actual del género respecto del cupo se centra en el adjetivo "fijo". Fijo. ¿Por qué habría, en tiempos en que las mujeres constituyen la mayoría de la población, un cupo fijo, que no es más que una garantía concesiva que el otro género ha considerado como "lo justo y razonable" en el acceso a los cargos en disputa? Evidentemente, un cupo predeterminado pone en entredicho la mismísima representatividad, toda vez que es público y notorio que los temas que interesan no sólo a las mujeres sino a la sociedad entera en cuanto a su sustentabilidad y progreso, no se tratan, o merecen un abordaje superficial cuando las mujeres están deficientemente representadas.
¿Está bien "gozar" de la" protección" de un número -30%- caprichoso y subjetivo? Permítaseme aquí mismo dudar en forma y estilo. Mis entrañas dicen que hay algo que está mal. Es más, muy mal. Hay algo de fantasioso e inapropiado en el número. El fantasma de otro techo de cristal travestido de piso y trampolín. Hay algo que me dice a gritos que si hablamos de, insisto, representatividad, lo lógico sería que la población estuviera proporcionalmente representada, incluso con las minorías genéricas. Para testimoniar los intereses sectoriales, que el resto contempla, tal vez comprende, pero no se siente interpelado o compelido a impulsar o a hallar una solución. Claro que es una hipótesis de máxima. Okay.
Sigamos. Por qué no un fifty-fifty obligatorio? Señores, se llevarían una sorpresa: tal vez verían que el miedo cerval que el género masculino sostiene aún respecto de la posibilidad de ser borrado de un plumazo de la faz de ciertos territorios, es parte de una pesadilla que, como mínimo, ha perdido vigencia. Gente: las feministas de hoy hemos comprendido cabalmente la naturaleza complementaria de hombres y mujeres. En todo. Hemos alterado diametralmente -porque aprendimos en el camino- el paradigma inicial: ya no se trata de batallar y desplazar, sino de conciliar y compartir. También en la politica: a eso aspiramos, allí nos dirigimos, y garantizar la accesibilidad por partes iguales sería un buen inicio, conceptualmente hablando, para que las mujeres pudiéramos mostrar las bondades del armisticio. Aún no ocurre, pero sería un buen sitio al que aspirar y dirigirnos todos. Y verán, señores, que hay motivos suficientes para achicar el pánico: al fin y al cabo, no es para tanto. Que los queremos en nuestras vidas, sépanlo y relájense.
Hemos avanzado las señoras y señoritas, vaya que sí. Hemos dado pasos de mamut, enormes y un poco torpes al principio. Pero vamos viendo mejor, vamos filtrando la experiencia y capitalizando lo que queda en el cedazo luego de cribar en el dolor y la esperanza. Vamos entendiendo, alcanzando nuevos estados de conciencia, aceptando que los muros de hormigón a derribar no fueron construidos en un día sino en siglos, y están hechos de miedo e ignorancia. Prender la luz, alumbrar sobre estas paredes antiguas, es el primer paso para anexar territorios aspirados, legítimamente añorados, y así llegar a esos lugares a los que siempre quisimos ir, incluso cuando no lo sabíamos.
Pero ya sabemos. No es un problema, no es una amenaza, es una oportunidad para todos. Creámoslo. Crealo el conjunto.
Bien. Vayamos a la Ley de Cupo Femenino. A poco de que comenzáramos a debatir la cuestión y a desenrollar los pliegues internos del tema, se hizo visible que es un asunto central en la sensación bien fundada sobre la desigualdad de oportunidades de la mujer para avanzar en los ámbitos políticos y de decisiones ligadas a la gestión de un país.
Un cupo es una parte o cuota proporcional y fija de un todo. Es evidente que los términos "cuota" o "parte" podrían provocar cierto escozor, pero sospecho que la clave de la incomodidad actual del género respecto del cupo se centra en el adjetivo "fijo". Fijo. ¿Por qué habría, en tiempos en que las mujeres constituyen la mayoría de la población, un cupo fijo, que no es más que una garantía concesiva que el otro género ha considerado como "lo justo y razonable" en el acceso a los cargos en disputa? Evidentemente, un cupo predeterminado pone en entredicho la mismísima representatividad, toda vez que es público y notorio que los temas que interesan no sólo a las mujeres sino a la sociedad entera en cuanto a su sustentabilidad y progreso, no se tratan, o merecen un abordaje superficial cuando las mujeres están deficientemente representadas.
¿Está bien "gozar" de la" protección" de un número -30%- caprichoso y subjetivo? Permítaseme aquí mismo dudar en forma y estilo. Mis entrañas dicen que hay algo que está mal. Es más, muy mal. Hay algo de fantasioso e inapropiado en el número. El fantasma de otro techo de cristal travestido de piso y trampolín. Hay algo que me dice a gritos que si hablamos de, insisto, representatividad, lo lógico sería que la población estuviera proporcionalmente representada, incluso con las minorías genéricas. Para testimoniar los intereses sectoriales, que el resto contempla, tal vez comprende, pero no se siente interpelado o compelido a impulsar o a hallar una solución. Claro que es una hipótesis de máxima. Okay.
Sigamos. Por qué no un fifty-fifty obligatorio? Señores, se llevarían una sorpresa: tal vez verían que el miedo cerval que el género masculino sostiene aún respecto de la posibilidad de ser borrado de un plumazo de la faz de ciertos territorios, es parte de una pesadilla que, como mínimo, ha perdido vigencia. Gente: las feministas de hoy hemos comprendido cabalmente la naturaleza complementaria de hombres y mujeres. En todo. Hemos alterado diametralmente -porque aprendimos en el camino- el paradigma inicial: ya no se trata de batallar y desplazar, sino de conciliar y compartir. También en la politica: a eso aspiramos, allí nos dirigimos, y garantizar la accesibilidad por partes iguales sería un buen inicio, conceptualmente hablando, para que las mujeres pudiéramos mostrar las bondades del armisticio. Aún no ocurre, pero sería un buen sitio al que aspirar y dirigirnos todos. Y verán, señores, que hay motivos suficientes para achicar el pánico: al fin y al cabo, no es para tanto. Que los queremos en nuestras vidas, sépanlo y relájense.
Hemos avanzado las señoras y señoritas, vaya que sí. Hemos dado pasos de mamut, enormes y un poco torpes al principio. Pero vamos viendo mejor, vamos filtrando la experiencia y capitalizando lo que queda en el cedazo luego de cribar en el dolor y la esperanza. Vamos entendiendo, alcanzando nuevos estados de conciencia, aceptando que los muros de hormigón a derribar no fueron construidos en un día sino en siglos, y están hechos de miedo e ignorancia. Prender la luz, alumbrar sobre estas paredes antiguas, es el primer paso para anexar territorios aspirados, legítimamente añorados, y así llegar a esos lugares a los que siempre quisimos ir, incluso cuando no lo sabíamos.
Pero ya sabemos. No es un problema, no es una amenaza, es una oportunidad para todos. Creámoslo. Crealo el conjunto.
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