Lucky Luciano fue un problemático señor en
los albores del siglo XX en los Estados Unidos. Ejerció la paternidad de una de
las familias criminales más renombradas judicialmente, los Genovese, y aunque
fue procesado y encarcelado por proxenetismo, por allí también se cocían habas
así que terminó exonerado, viviendo tranquilamente fuera del territorio
americano, una vez firmados los acuerdos de la Segunda Guerra Mundial.
En mi barrio yo también tengo un Lucky
Luciano. A la vuelta de mi casa, más precisamente. Este acicaladísimo señor, de
anteojitos redondos, contemporáneo corte de pelo y look atildado de
"creeme que sé de qué se trata la vida", no es mafioso. Para nada. Al
menos, por ahora no hay indicios vehementes, como dicen en los tribunales.
Lucky Luciano se presentó esta mañana en mi
casa. Manito en bolsillo delantero del jean borravino, y en la otra, el celu.
Mi timbre no funciona, cosa que no me preocupa en lo más mínimo, porque suele
desalentar a los que llegan con dudas o sin convicción o propósito a la entrada
de mi hogar. Pero Lucky Luciano se ve que estaba bastante persuadido, diría don
Raúl, así que la emprendió con la puerta y los nudillos.

"Antena.
Mía. Torcida. Y a vos en qué te molesta?", quise, razonablemente
saber. "Ehh... La vista, yo qué sé,
supongo que la vista". Ah. La vista. La vista hacia un punto
específico del techo de mi casa. La antenita. La antenita heredada de otros
dueños, otros tiempos, otros veranos de casa alquilada cerca de la playa. Mirá
vos. Mi antenita vintage te molesta.
Se ve que Lucky Luciano tenía un día
paisajístico. U obsesivo compulsivo. O voyeur culposo. "Antes abrías siempre el ventanal que da a mi
casa", requiere. Y sí, Luciano, antes. Ya no. Ya no tantas cosas,
Luciano, y no tengo muchas ganas de explicarte cuántas cosas antes sí y ahora
ya no. Pero mirá cómo soy de gauchita, Luciano, que te explico y todo. "Sí. Ese es mi estudio. Antes era mi lugar de
trabajo en la casa, pero ya no". Diría que sueno resignada, como en
una inesperada confesión de que sí, la casa nos ha quedado grande. "Ah... Bueno, te cuento que yo voy a
volver a poner un árbol en mi jardín, en la esquina que da a tu casa. Digo,
para tapar mi ventanal, para que no tengas que ver...".
Tranquilo, Luciano. Poné el árbol, o no lo
pongas. Me da lo mismo. No miro para tu casa. Nunca. No te miro ahora, que no
ocupo ese espacio de mi casa para trabajar, no te miré antes, cuando la mayor
parte de mi día transcurría en ese sitio de altos, donde el sol entra por todos
los ventanales de lleno, a pleno, sin vergüenza. Tenía todo el sol, todito para
mí, y el silencio de la mañana desperezándose, y los pájaros dedicándome sus
mejores armonías, mirá si me voy a ocupar de vos, Luciano. De todos modos, debo
decirte que un día me quedé extasiada con tu cocina: ni una galletita fuera de
lugar.
Respirá Luciano, respirá. Despeinate.
Desordená algo, para volverlo a ordenar. Tal vez así tengas una vida
entretenida, o una, cualquiera. Y entonces dejes de mirar mi techo. Mi
antenita.
Uno no sabe cuán educado puede ser hasta
que la situación exige una exhibición de toda la artillería pesada de la
amabilidad social y las reglas de buena convivencia. "Gracias Luciano, por tu aporte. Veré qué puedo hacer para que te
sientas cómodo mirando para mi casa", le prometí mentirosamente, en la
certeza de que su comodidad visual es de mi más absoluta indiferencia. Si yo
fuera él, jamás confiaría en alguien que me despide con los labios fuertemente
apretados y las comisuras forzadas hacia arriba, en clara señal de sarcasmo.
Hay personas y acciones que no necesitan
ser adjetivadas, se adjetivan por sí solas. Sólo diré, para cerrar, que Luciano
es un muchacho afortunado. Lo que se diría un auténtico suertudo. Porque se
encontró, de los dos habitantes que de corriente tiene mi hogar, con el único
que está dispuesto a explorar los límites de su tolerancia y corrección social;
es decir, yo. De haber estado el otro, no puedo aventurar el final del diálogo.
Bueno, tal vez sí: no hubiera existido.
Sos un tipo de suerte, Luciano, Lucky
Luciano. Poné el arbolito, regalo bastante, dale amor, fertilizalo. Que se
desarolle fuerte, derechito -no como mi antena- y alto. Tratá de que crezca,
por lo menos, hasta la misma altura de la antena. Porque la antenita vintage se
queda, viste? Me gusta mucho.
Genial Vivi 👏👏
ResponderEliminar;-PP
EliminarEstimada Señora: ¡Qué bien escribe Usted!.
ResponderEliminarMis respetos.
Muchas gracias, José Antonio!
EliminarMuy entretenido, curioso,me encantó!! Felicitaciones!!
ResponderEliminarGracias querida!!
EliminarMuy entretenido! Me encantó! Felicitaciones!!
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