... y, sin embargo, cuánto te quiero.
Todavía no decido si es el huevo o la gallina. Si las palabras dibujan los espacios de libertad y las cárceles que nos aprisionan, o esos lugares, a veces tan abiertos como el cielo, o tan cerrados como un ataúd, utilizan a las palabras para definirse, atrincherarse, y volverse tan poderosos como suelen ser.
Quienes algunas vez ha leído algo escrito y publicado por mí, bien saben de mi amor por las palabras. Yo realmente creo que son una especie de Big Bang, creadoras atómicas de vida. Donde hay palabra, hay un soplo, un resquicio de vida. Incluido el silencio -los agujeros negros de la comunicación-, interrupción de la palabra que la alimenta, la empodera y hace añorarla. Dicho lo cual, y habiendo dejado establecido el amor irredento que tengo por ellas, digo sí que son también un arma de doble filo con que las personas pueden herirse unas a otras, autoflagelarse, incluso hacerse desaparecer, corporal y espiritualmente. No hay un solo dispositivo creado por el hombre más detersivo, corrosivo o letal que la palabra. Tampoco hay un solo elemento que amalgame o repare más las partes del todo.
Colaborar y ayudar son dos términos con borde filoso, a izquierda y derecha. Ilustran un mundo de posibilidades altruistas, superlativas del género humano: te ayudo a alimentarte para sobrevivir -una madre a su bebé lactante-; colaboro cuando tu vida está atravesada por la catástrofe -una inundación, un terremoto, la falta de un techo, etc.-, y así sucesivamente. Pero -si te fijás bien, pero es una palabra riquísima: detrás de ella siempre se esconde la verdad de la milanesa- colaborar y ayudar son dos términos que flaco favor le hacen al universo femenino contemporáneo. Es que nos adoctrinaron para malusarlas, y por comodidad irreflexiva, así quedaron. Y dale a la campana, Juana.
Te pregunto, me pregunto: si sos parte de un contrato matrimonial en el que, además de amor, se prometieron la esforzada tarea de llevar adelante el hogar JUNTOS, de criar hijos JUNTOS, y resulta que vos laburás en la oficina ocho horas, igual que él, y llegan los dos reventados de todo -jefe, compañeritos infumables, tránsito, cortes-, ¿cómo es posible que vos elijas usar la palabra "colaboración", o "ayuda" para lo que tu amado esposo hace dentro del hogar? ¿Dónde dice, en cuál código de procedimientos matrimoniales, que es una tarea femenina, y como te tocó en suerte un tipo genial y solidario, él te beneficia a vos con tiempo y energía levantando la mesa, de puro bueno que es nomás?
Eso no es colaboración, mami; no es ayuda. El trabajo familiar y doméstico no es tuyo por definición porque naciste nena; es de ambos. Es lo que se comprometieron ante el juez en el Registro Civil, y ante el cura, tan bonita que estabas en ese vestido blanco de volados que te quedaba pintado al cuerpo. Tal vez en la emoción no escuchaste lo que te decían. Ni él. Pero es así: fifty-fifty. Sociedad conyugal, de capital -la familia lo es- y trabajo -y el que da construirla y sostenerla-.
Cuando le das a tu hija el mensaje de que ella debe "colaborar" en tu casa con las tareas domésticas y disculpás a tu hijo de los mismos deberes, estás alimentando un micromachismo que luego será tragedia. Te lo firmo. Porque las tormentas perfectas se arman sutil, silenciosamente, con minúsculas e imperceptibles gotas que luego serán las toneladas que ahogarán alguna vida.
No hace falta pronunciar palabras altisonantes: con erosionar el principio de igualdad de género con estas "ingenuas" acciones durante el tiempo que dure tu influencia, alcanzará para bocetar el desastre. Renunciá a la palabra "colaborar" en el ámbito doméstico familiar. Usá tu imaginación al servicio del diseño de una familia contemporánea, de un hogar que lanzará individuos al mundo que luego reproducirán modelos. Por ese meridiano pasa el auténtico amor, además del plato de ñoquis de los domingos.
#Niunamenos empieza por casa, cuando educás a tu chiquito de 18 para que levante sus calzones del piso de la habitación; igual que la nena. #Niunamenos sigue por que el preservativo lo llevan los dos, cartera de la damita y bolsillo del caballerito, porque cada uno es responsable de su vida y la que puede engendrar, y no sólo la que lo cargará en el vientre.
Micromachismo. Una enfermedad terminal asintomática, hecha de palabras aparentemente inocuas. Pensátelo. Dale una oportunidad a la semántica de levantar las paredes correctas, con los cimientos adecuados. Puede que nadie te haga un monumento, pero vas a haber hecho lo tuyo por una sociedad más igualitaria y menos violenta. Y te va a doler menos ver los noticieros.
Todavía no decido si es el huevo o la gallina. Si las palabras dibujan los espacios de libertad y las cárceles que nos aprisionan, o esos lugares, a veces tan abiertos como el cielo, o tan cerrados como un ataúd, utilizan a las palabras para definirse, atrincherarse, y volverse tan poderosos como suelen ser.
Quienes algunas vez ha leído algo escrito y publicado por mí, bien saben de mi amor por las palabras. Yo realmente creo que son una especie de Big Bang, creadoras atómicas de vida. Donde hay palabra, hay un soplo, un resquicio de vida. Incluido el silencio -los agujeros negros de la comunicación-, interrupción de la palabra que la alimenta, la empodera y hace añorarla. Dicho lo cual, y habiendo dejado establecido el amor irredento que tengo por ellas, digo sí que son también un arma de doble filo con que las personas pueden herirse unas a otras, autoflagelarse, incluso hacerse desaparecer, corporal y espiritualmente. No hay un solo dispositivo creado por el hombre más detersivo, corrosivo o letal que la palabra. Tampoco hay un solo elemento que amalgame o repare más las partes del todo.
Colaborar y ayudar son dos términos con borde filoso, a izquierda y derecha. Ilustran un mundo de posibilidades altruistas, superlativas del género humano: te ayudo a alimentarte para sobrevivir -una madre a su bebé lactante-; colaboro cuando tu vida está atravesada por la catástrofe -una inundación, un terremoto, la falta de un techo, etc.-, y así sucesivamente. Pero -si te fijás bien, pero es una palabra riquísima: detrás de ella siempre se esconde la verdad de la milanesa- colaborar y ayudar son dos términos que flaco favor le hacen al universo femenino contemporáneo. Es que nos adoctrinaron para malusarlas, y por comodidad irreflexiva, así quedaron. Y dale a la campana, Juana.
Te pregunto, me pregunto: si sos parte de un contrato matrimonial en el que, además de amor, se prometieron la esforzada tarea de llevar adelante el hogar JUNTOS, de criar hijos JUNTOS, y resulta que vos laburás en la oficina ocho horas, igual que él, y llegan los dos reventados de todo -jefe, compañeritos infumables, tránsito, cortes-, ¿cómo es posible que vos elijas usar la palabra "colaboración", o "ayuda" para lo que tu amado esposo hace dentro del hogar? ¿Dónde dice, en cuál código de procedimientos matrimoniales, que es una tarea femenina, y como te tocó en suerte un tipo genial y solidario, él te beneficia a vos con tiempo y energía levantando la mesa, de puro bueno que es nomás?
Eso no es colaboración, mami; no es ayuda. El trabajo familiar y doméstico no es tuyo por definición porque naciste nena; es de ambos. Es lo que se comprometieron ante el juez en el Registro Civil, y ante el cura, tan bonita que estabas en ese vestido blanco de volados que te quedaba pintado al cuerpo. Tal vez en la emoción no escuchaste lo que te decían. Ni él. Pero es así: fifty-fifty. Sociedad conyugal, de capital -la familia lo es- y trabajo -y el que da construirla y sostenerla-.
Cuando le das a tu hija el mensaje de que ella debe "colaborar" en tu casa con las tareas domésticas y disculpás a tu hijo de los mismos deberes, estás alimentando un micromachismo que luego será tragedia. Te lo firmo. Porque las tormentas perfectas se arman sutil, silenciosamente, con minúsculas e imperceptibles gotas que luego serán las toneladas que ahogarán alguna vida.
No hace falta pronunciar palabras altisonantes: con erosionar el principio de igualdad de género con estas "ingenuas" acciones durante el tiempo que dure tu influencia, alcanzará para bocetar el desastre. Renunciá a la palabra "colaborar" en el ámbito doméstico familiar. Usá tu imaginación al servicio del diseño de una familia contemporánea, de un hogar que lanzará individuos al mundo que luego reproducirán modelos. Por ese meridiano pasa el auténtico amor, además del plato de ñoquis de los domingos.
#Niunamenos empieza por casa, cuando educás a tu chiquito de 18 para que levante sus calzones del piso de la habitación; igual que la nena. #Niunamenos sigue por que el preservativo lo llevan los dos, cartera de la damita y bolsillo del caballerito, porque cada uno es responsable de su vida y la que puede engendrar, y no sólo la que lo cargará en el vientre.
Micromachismo. Una enfermedad terminal asintomática, hecha de palabras aparentemente inocuas. Pensátelo. Dale una oportunidad a la semántica de levantar las paredes correctas, con los cimientos adecuados. Puede que nadie te haga un monumento, pero vas a haber hecho lo tuyo por una sociedad más igualitaria y menos violenta. Y te va a doler menos ver los noticieros.
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