Una grieta es una herida de continuidad. Algo se rompe en la homogeneidad, y de repente aparece esta interrupción, a veces profunda, a veces superficial, que obliga a detenerse, a asomarse a este nuevo escenario partido; a mirar qué esconde esa lastimadura.
Los argentinos hemos asumido esa palabra con la naturalidad con la que se ceba un mate, o se pide una medialuna (o dos) con el café con leche de la mañana. El concepto grieta ha sido incorporado a nuestro ADN en los últimos años, y ya no hay sujeto que porte documento que ignore el contenido -que es historia reciente y también presente- del término.
Esta es nuestra falla de San Andrés, sin duda alguna. Por encima de ella vivimos -o hacemos de cuenta que-, y por debajo, las placas tectónicas del resentimiento colectivo, a uno y otro lado de la honda rajadura, se mueven sigilosamente. Nadie podría decir hasta dónde llegaremos, en qué desembocará, si habrá una tragedia de día único, o si la tragedia es esto que estamos experimentando, esta desintegración minúscula, cotidiana, que va reduciendo el tejido social a organismos unicelulares prácticamente irreconciliables.
Pero hay otra grieta, tan o más inconquistable que aquella a la que Jorge Lanata le dio nombre e identidad: la grieta salarial por género. Y esta no es una percepción, no es una opinión, no es una sensación, ni mía ni de ningún otro: está perfectamente documentada.
En el State of the Union de 2014 -el discurso en el que además de dirigirse a la nación el Presidente plantea la agenda legislativa y las prioridades del año en curso-, Barack Obama admitió: "Hoy, las mujeres representan cerca de la mitad de nuestra fuerza de trabajo; sin embargo, ganan 79 centavos por cada dólar que gana un hombre. Esto está mal, y en 2014 es una vergüenza. Las mujeres merecen igual pago por igual trabajo". Por si este botón no fuera muestra suficiente, la brecha se amplía por etnia: las mujeres negras ganan sólo 64 centavos por dólar que gana un hombre, y las latinas, 56 centavos. A nivel mundial, en promedio, las mujeres ganan un 25 por ciento menos que los hombres para el mismo trabajo, misma carga horaria, con idéntica formación y experiencia.
Los especialistas aseguran que, de seguir el impulso que lleva, tal vez alrededor del año 2080 la brecha esté definitivamente cerrada. Nadie hoy podría jugarse el pellejo para descartar que eso se cumplirá inexorablemente.
Brecha. Grieta. Lastimadura. Herida del tejido conectivo social que sangra profusamente, pasivo pendiente que reconoce uno y sólo un acreedor: la mujer.
Los argentinos hemos asumido esa palabra con la naturalidad con la que se ceba un mate, o se pide una medialuna (o dos) con el café con leche de la mañana. El concepto grieta ha sido incorporado a nuestro ADN en los últimos años, y ya no hay sujeto que porte documento que ignore el contenido -que es historia reciente y también presente- del término.
Esta es nuestra falla de San Andrés, sin duda alguna. Por encima de ella vivimos -o hacemos de cuenta que-, y por debajo, las placas tectónicas del resentimiento colectivo, a uno y otro lado de la honda rajadura, se mueven sigilosamente. Nadie podría decir hasta dónde llegaremos, en qué desembocará, si habrá una tragedia de día único, o si la tragedia es esto que estamos experimentando, esta desintegración minúscula, cotidiana, que va reduciendo el tejido social a organismos unicelulares prácticamente irreconciliables.
Pero hay otra grieta, tan o más inconquistable que aquella a la que Jorge Lanata le dio nombre e identidad: la grieta salarial por género. Y esta no es una percepción, no es una opinión, no es una sensación, ni mía ni de ningún otro: está perfectamente documentada.
En el State of the Union de 2014 -el discurso en el que además de dirigirse a la nación el Presidente plantea la agenda legislativa y las prioridades del año en curso-, Barack Obama admitió: "Hoy, las mujeres representan cerca de la mitad de nuestra fuerza de trabajo; sin embargo, ganan 79 centavos por cada dólar que gana un hombre. Esto está mal, y en 2014 es una vergüenza. Las mujeres merecen igual pago por igual trabajo". Por si este botón no fuera muestra suficiente, la brecha se amplía por etnia: las mujeres negras ganan sólo 64 centavos por dólar que gana un hombre, y las latinas, 56 centavos. A nivel mundial, en promedio, las mujeres ganan un 25 por ciento menos que los hombres para el mismo trabajo, misma carga horaria, con idéntica formación y experiencia.
Los especialistas aseguran que, de seguir el impulso que lleva, tal vez alrededor del año 2080 la brecha esté definitivamente cerrada. Nadie hoy podría jugarse el pellejo para descartar que eso se cumplirá inexorablemente.
Brecha. Grieta. Lastimadura. Herida del tejido conectivo social que sangra profusamente, pasivo pendiente que reconoce uno y sólo un acreedor: la mujer.
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