La brecha salarial por género no distingue aristocracias, geografías, profesiones o idiomas: dondequiera haya hombres y mujeres, ahí está la grieta, a la vista de quien la quiera mirar.
Así en el Cielo. La revista Forbes dio a conocer recientemente una lista con los ingresos de los actores mejor pagos del universo cinematográfico por definición. La apabullante enumeración de bolsillos de payaso y cuentas con tantos ceros a la derecha que ya no se sabe cómo contarlos está encabezada por un top three compuesto por Mark Whalberg, con un salario acreditado de 68 millones de dólares; Dwayne "La Roca" Johnson, con 65 millones, y Vin Disel con "apenas" 54.5.
Hace sólo unas semanas, la misma publicación había difundido un listado de las actrices que mejores ingresos registran: en la pole position, Emma Stone, con 26 millones de dólares, y de allí para abajo. Es decir, si las matemáticas no me engañan, en el Olimpo de los oficios híper rentables, ellos ganan, sin ninguna otra razón más que el micromachismo instalado, ampliamente más del doble que ellas.
Las chicas se han quejado, vaya que sí. No porque no les alcance para la manicure, sino por lo enunciado: porque no hay motivo, ni real ni aparente, para que embolsen tantos millones de menos. Robin Wright, la Claire de House of Cards, ha dado conveniente cuenta de ello, y cito: "La serie es un paradigma perfecto; hay muy pocas películas o programas de televisión en los cuales el hombre y la mujer aparecen como iguales, y ellos -Claire y Frank Underwood- lo son en House of Cards", así que "reclamé que me paguen lo mismo que a él".
Es un secreto a voces que el universo jerárquico de los grandes monstruos de la producción cinematográfica está dominado por lo masculino. No obstante, con el ingreso de las nuevas posibilidades que ofrece el streaming, y el asomo, sin prisa y sin pausa, de lo femenino en esta línea de trabajo, parece que la cosa no tendrá más remedio que cambiar. Así que tanto en Netflix como en otras plataformas similares, los ingresos de unos y otras tenderá a emparejarse con el tiempo, por imperio de la presencia femenina en la toma de decisiones económicas. Le pese a quien le pese.

Sin embargo, lejos de conquistar un espacio de libertad en que pudiera decidir -merced al dinero que ya ingresaba bajo la órbita de su administración y gobierno personal- qué hacer o no con su tiempo y su energía, la mujer sumó al trabajo remunerado la cotidiana, inverificable y nada prestigiante tarea del hogar. Es decir, no sumó, sino que dividió.
En la Argentina, 9 de cada 10 mujeres realiza la labor doméstica, trabaje o no fuera del hogar, mientras que 4 de 10 varones no mueve un dedo en su casa así esté desempleado. Para cerrar el dibujo de esta auténtica falta de equiparación de esfuerzo, digamos que hoy en nuestro país, 7 de cada 10 mujeres trabajan fuera de su hogar. Además, ellas son mayoría en las universidades argentinas, y también apabullan al otro género respecto de las que alcanzan su graduación.
Considerando entonces estos pocos ítems de una desigualdad evidente, va siendo hora de pensar, debatir, discutir por qué las mujeres tienen tantas más chances que un hombre de ser pobres. O por qué en la división del trabajo les ha tocado multiplicar tareas y acumular las no remuneradas -por tanto sin reconocimiento ni prestigio social-, en detrimento no sólo de su propia economía, sino del avance social en general.
Las diferencias económicas de género recién están comenzando a abordarse de modo directo y sin pudor. Recién en el tiempo que nos toca presenciar y protagonizar, la mujer ha logrado atreverse a hablar de dinero en relación a la calidad de su trabajo sin ponerse colorada. De tú a tú, diría un español que se precie.
Pero nos queda un largo camino por delante. Le falta un largo camino a esta sociedad,
todavía tuerta y coja. Estamos aún en la línea de largada, y no es un detalle.
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